La Muñeca del Bosque by Carlos J. Suárez (Spanish)

by Carlos José Suárez G.
(Medellín, Colombia)

Descubrí "La muñeca del bosque" por acaso, en un intento de actualizarme en la vida artística de Federico. La primera sorpresa que me llevé al ver la obra fue la destrucción total de los elementos que le dan nombre, colocando al espectador frente una nueva dicotomia. La muñeca no era femenina, a pesar de tener la cara cubierta, así como el bosque no era salvaje, aunque habían árboles. Continué admirando la obra.

Vi como poco a poco se integraban elementos de la ciudad, y más especificamente de esos elementos "salvajes" de la ciudad, en este caso, de los habitantes de los puentes de Medellín. La acción se apoderaba así de las moradas provisorias de estos personajes, resquebrajaba las fronteras del escenario colocándose por un lado dentro de la ciudad y por el otro dentro de la intimidad de aquel que ha hecho de la calle su morada. Federico danza entre las paredes imaginarias de estas habitaciones precarias, las personas ni siquiera reparan en esta invasión, tal vez reconociendo en el bailarín un invasor más como ellos. La acción continúa, ya sabemos, buscando romper las fronteras urbanas.
Ahora el bailarín nos presenta un otro rompimiento, el de la secuencia esperada, el de la iteración de movimientos. La coreografía parece tan caótica como el ruido de carros que le sirve de fondo y que al mismo tiempo le da forma, como si fuera una coreografía dispuesta a seguir la cacofonía de nuestras calles abarrotadas de automóviles. Sin embargo, este segundo momento expresa libertad total ante la opresión de la ciudad: es posible hacer "cualquier" uso de la ciudad y asimismo del cuerpo, casi recordando a Diógenes quien se masturbaba en plaza pública si le placía.
Tercer momento, que para mí es la sublimación de un drama interno; el cuerpo intenta romperse todavía más, como si el alma quisiera huir despavorida, y para esto busca insaciable la comunión con la tierra... poco a poco se fue conectado el significado del nombre. Comencé a asociar al bosque con la brujeria, con la magia y con lo fantasmal: el cuerpo del danzarín estaba siendo poseido por ese embrujo, y su única liberación se da en contacto con la tierra: la tierra nos puede salvar, parece gritar este cuerpo, que se abre, se ergue, se estira, salta, que parece querer cavar en busca de una poción, de la piedra filosofal.
No pude dejar de pensar en la definición canónica de arte que nos legó Joyce, que hace de esta obra díficil de aprehender: "La belleza que el artista expresa no puede despertar en nosotros una emoción cinética o una sensación puramente física. Despierta, o debería despertar, induce, o debería inducir, una stasis estética, una piedad ideal o un ideal del terror, una stasis provocada, prolonga, y al fin disuelto por aquello que yo llamo el ritmo de la belleza". No pude dejar de pensar si la definición canónica de Joyce puede ser llevada hasta las últimas consecuencias por el artista, pues qué sería del arte si no moviese al espectador ya a involucrarse, ya a retirarse? O en último caso, deberia así la obra quedar a merced del artista, no pudiendo ser transformada por sus espectadores? Y si la obra de arte es la ciudad, como propone finalmente esta pieza (y como propone igualmente Argan), no apropiarnos de ella es condenarla a su muerte, a su hieratismo y a su estatismo.
Agradezco a Federico por permitirnos apreciar tanto la belleza de su cuerpo, como por dejarnos ver las fronteras del movimiento y de la pasión humanas.
Noviembre de 2010.